Hoy comamos y bevamos,
y cantemos y holguemos,
que mañana ayunaremos.
(Juan del Encina, “Villancico”, Cancionero de 1496)El título, Tratado del menospreçio del mundo, resultará familiar a cuantos me hayan leído en el prólogo a la edición de las Poesías completas de Jorge Manrique (2000: 49–52). El hallazgo de este poema tardomedieval en un manuscrito de la Fundación Lázaro-Galdiano de Madrid supone toda una sorpresa, ya que nada nuevo cabía esperar de una biblioteca que Brian Dutton (1982, 1991) y quien esto firma conocíamos como pocos al haberla estudiado sistemáticamente durante más de veinte años.
El manuscrito 213 es una copia humilde ejecutada al inicio del siglo XVI por un escribano desconocido en letra gótica tardía con rasgos cursivos; la composición se halla al comienzo, entre los ff. 1v–3r, antes de ciertos papeles sobre la villa de Salvatierra, la España de los Reyes Católicos y el Emperador Carlos V. El códice fue adquirido en algún momento por ese acaudalado bibliófilo que fue don José Lázaro Galdiano para la magnífica biblioteca de su residencia, conocida como el Palacio Florido y situada entre las madrileñas calles de Serrano, Claudio Coello y María de Molina. Próximo a la muerte y sin descendientes directos, Lázaro Galdiano dejó sus bienes (su casa, sus obras de arte y sus libros) a los españoles gracias a la Fundación que lleva su nombre; en ella, las sorpresas han sido múltiples, si bien sus secretos están siendo poco a poco desvelados gracias a su director, Juan Antonio Yeves (1998), quien ha dado a conocer recientemente el fondo hispánico.
El poema, como se desprende del título, es de contenido ascético-moral y se apoya sobre el verso cancioneril más común: el octosílabo. En esa tradición literaria, alternan los metros largos con los breves. En la literatura de aviso por las asechanzas del mundo y la fugacidad de la vida y en el conjunto del poemario fúnebre del tardío Medievo, triunfa el verso de ocho sílabas, patrón métrico de la mayoría de los textos considerados por Pedro Salinas en su estudio de las Coplas a la muerte de su padre (1947); no obstante, en ese universo tampoco falta el dodecasílabo de la rítmica y todopoderosa copla de arte mayor, que cuenta con esa magnífica muestra que es la española Danza general de la Muerte.